Ricard Avilés Carceller
Abogado
Miembro de la Junta Directiva de Juristas Cristianos.
Ha empezado la cuenta atrás para introducir la eutanasia activa en nuestro país. Ya lo indicó el PSOE como una de sus prioridades de la presente legislatura, junto con el aborto. Dicho partido, quizás considere que la mortalidad es demasiado baja en nuestro país.
Los argumentos que se arguyen son básicamente dos: No al dolor, y una muerte digna. Respecto a evitar el dolor, todos los médicos desean que sus pacientes no sufran, y aplican curas paliativas como sedaciones y otras medidas. Considerar lo contrario es desconocer la realidad, que va por otro camino: el del abuso de las sedaciones, como después indicaré.
Con referencia a la muerte digna, hay que distinguir qué entendemos por dicho concepto. Para muchos supone que los enfermos ancianos, o pacientes con poca calidad de vida, tengan una muerte rápida, pulcra y sin fastidios. Y añadiría que, en muchos casos, para sus allegados: olvidable.
La dignidad en la muerte hay que buscarla ante un aspecto más humano: el morir amado por sus familiares, con calor humano de los profesionales que lo atienden, con la cercanía de sus seres queridos y, en caso necesario, con los cuidados paliativos que le permitan aliviar el dolor y vivir con serenidad el final de esta vida, como la Conferencia Episcopal Española nos ha recordado.
La dignidad del hombre consiste, en cierto modo, en ser amado por si mismo. Es decir no estimado en cuanto útil, sino por ser quien es: un ser humano, y además, si se quiere, por ser un padre, un familiar o un amigo. Y en lo más profundo, la dignidad del hombre nace de ser hijo de Dios, de ser amando por Dios. Cuando este punto de vista se pierde, pasamos a ser seres de valor relativo y circunstancial.
La eutanasia tiene inconvenientes graves. Señalaré solamente dos. El primero es una auto presión psicológica en el enfermo, que se ve a si mismo como un estorbo, un inútil, y por tanto una carga para su familia, los médicos, y que ocupa una cama que merece más una persona joven. Por tanto, lo mejor es morirse. Olvidándose que ese enfermo tiene derecho a vivir, que en la mayoría de los casos esa persona ha hecho mucho por su familia, por la sociedad, ha pagado sus impuestos, y ahora es justo que la esa sociedad lo cuide cuando está enferma. Máxime cuando muchas partidas del gasto público son fútiles o mal administradas.
La segunda, es que existe un sector de la clase médica que se considera juez del destino de las personas y guardián del bien público, que practica, en enfermos ancianos, una sedación suficiente para producir la muerte, con la excusa de evitar dolores y liberar camas. Hay que recordar lo sucedido en el servicio de urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés, que si bien preguntamos a conocidos que trabajan en urgencias, nos daremos cuenta que no fue un caso aislado.
Abogado
Miembro de la Junta Directiva de Juristas Cristianos.
Ha empezado la cuenta atrás para introducir la eutanasia activa en nuestro país. Ya lo indicó el PSOE como una de sus prioridades de la presente legislatura, junto con el aborto. Dicho partido, quizás considere que la mortalidad es demasiado baja en nuestro país.
Los argumentos que se arguyen son básicamente dos: No al dolor, y una muerte digna. Respecto a evitar el dolor, todos los médicos desean que sus pacientes no sufran, y aplican curas paliativas como sedaciones y otras medidas. Considerar lo contrario es desconocer la realidad, que va por otro camino: el del abuso de las sedaciones, como después indicaré.
Con referencia a la muerte digna, hay que distinguir qué entendemos por dicho concepto. Para muchos supone que los enfermos ancianos, o pacientes con poca calidad de vida, tengan una muerte rápida, pulcra y sin fastidios. Y añadiría que, en muchos casos, para sus allegados: olvidable.
La dignidad en la muerte hay que buscarla ante un aspecto más humano: el morir amado por sus familiares, con calor humano de los profesionales que lo atienden, con la cercanía de sus seres queridos y, en caso necesario, con los cuidados paliativos que le permitan aliviar el dolor y vivir con serenidad el final de esta vida, como la Conferencia Episcopal Española nos ha recordado.
La dignidad del hombre consiste, en cierto modo, en ser amado por si mismo. Es decir no estimado en cuanto útil, sino por ser quien es: un ser humano, y además, si se quiere, por ser un padre, un familiar o un amigo. Y en lo más profundo, la dignidad del hombre nace de ser hijo de Dios, de ser amando por Dios. Cuando este punto de vista se pierde, pasamos a ser seres de valor relativo y circunstancial.
La eutanasia tiene inconvenientes graves. Señalaré solamente dos. El primero es una auto presión psicológica en el enfermo, que se ve a si mismo como un estorbo, un inútil, y por tanto una carga para su familia, los médicos, y que ocupa una cama que merece más una persona joven. Por tanto, lo mejor es morirse. Olvidándose que ese enfermo tiene derecho a vivir, que en la mayoría de los casos esa persona ha hecho mucho por su familia, por la sociedad, ha pagado sus impuestos, y ahora es justo que la esa sociedad lo cuide cuando está enferma. Máxime cuando muchas partidas del gasto público son fútiles o mal administradas.
La segunda, es que existe un sector de la clase médica que se considera juez del destino de las personas y guardián del bien público, que practica, en enfermos ancianos, una sedación suficiente para producir la muerte, con la excusa de evitar dolores y liberar camas. Hay que recordar lo sucedido en el servicio de urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés, que si bien preguntamos a conocidos que trabajan en urgencias, nos daremos cuenta que no fue un caso aislado.
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