miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los desafíos de la comunicación en nuestras sociedades


Publicado en ForumLibertas el 19 de noviembre de 2008.

Ante el Consejo Pontificio para los Laicos, Miró i Ardèvol urge a recuperar la unidad de significado entre emisor y receptor


En nuestras sociedad, cada vez resulta más difícil hallar la unidad de significado como consecuencia de la marginación de la verdad en la cultura postmoderna, y por tanto establecer comunicación entre emisor y receptor. Así lo ha señaló el presidente de E-Cristians, Josep Miró i Ardèvol en una ponencia sobre los desafíos de la comunicación para los laicos, que pronunció el viernes 14 de noviembre en Roma, durante la XXIII Asamblea del Consejo Pontificio para los Laicos.

Por su interés, reproducimos a continuación el contenido íntegro de la ponencia:

Podría empezar y terminar diciendo que la comunicación cristiana debe servir al mismo fin al que sirve la Iglesia, desde la especificidad de su ámbito, y este no es otro que alentar la experiencia de Dios. Porque la Iglesia existe en lo substancial para dar testimonio del Dios vivo. No existe para sí misma. Por consiguiente, carece de sentido la pregunta de qué Iglesia queremos, sino que la cuestión que ilumina es qué Iglesia quiere Dios. Y la respuesta sólo podemos hallarla en Jesucristo. ¿Y qué hizo Jesucristo? El Santo Padre nos dio la respuesta preciosa en su sencillez. Jesucristo vino a traernos a Dios. La comunicación cristiana es servidora también de esta misión.

La raíz latina de comunicar, comunicare, nos dice mucho del sentido del concepto. Significa compartir algo, poner en común. Comunicar está, por consiguiente, en la raíz del cristianismo, no sólo por su origen, digamos técnico, con los géneros de la predicación, de la epístola, sino por su sentido profundo. Dios se comunica con el hombre a través de los tiempos, y siendo Dios caridad, resulta entonces que comunicación y amor son, en su sentido profundo, inseparables. Es así desde el mismo Génesis. La Revelación es la Gran Comunicación, la Buena Nueva. Por tanto, comunicar para los cristianos debería ser, antes que nada, un acto de amor, de caridad. Éste es el principal y primer fundamento del que ya habla Santo Tomás en la Summa Teológica.

Si un hombre solo, el habitante de un desierto sin vida, grita con fuerza, ¿se habrá producido un acto de comunicación? No, claro está. Si no hay vida, si el otro no existe, no se da la comunicación, aquel compartir, que necesita de la existencia del prójimo. Y el cristiano sólo puede desear de este prójimo lo que quiere para si. De ahí que comunicar ha de ser un acto que procura el bien, promueve la verdad, persigue la justicia, busca la belleza, porque esto es lo que deseamos para nosotros. Este sería un segundo fundamento. Esta debería ser la pretensión cristiana.

Christifideles Laici señala, recordando la palabra del Concilio Vaticano II, la necesidad de cooperar en comunicar la palabra de Dios (33), una necesidad que se desprende de la nueva evangelización (34), basada en la búsqueda y la adhesión a Cristo (34), y de hacerlo por todo el mundo (35), “incluidos los que no creen en Cristo”. Al actuar de esta manera, persiguiendo su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina sino que también difunde el reflejo de su luz sobre el universo, sana y eleva la dignidad humana, consolida la cohesión de la sociedad y llena de profundo sentido la actividad cotidiana de los hombres”(36). Dice Christifideles Laici, utilizando palabras de la Constitución Gaudium et Spes, “Es una definición completa de cuál debe ser la tarea de la comunicación cristiana: aportar luz, promover la dignidad, y la cohesión social, ser portadores de sentido, dirigido todo ello a la consecución del bien común” (42).

Para ello necesitamos ser libres. Libres para invocar el nombre del Señor (39), dice Christifideles Laici. Serlo por el marco jurídico que nos acoge; el estado de derecho, pero también libres de dependencias económicas, y servidumbres ideológicas que nos condicionen (39).

Como todo acto humano, la comunicación posee una técnica que debe ser conocida y bien aplicada. No basta con amar la belleza para hacer una buena escultura, se necesita dominar la técnica. “Competencia profesional, con honestidad humana, espíritu cristiano, como camino de la propia santificación” (43), nos reclama Christifideles Laici. Y esa técnica y competencia exige contemplar unos conceptos elementales de la comunicación, pero no por ello menos decisivos. Los resumo.

Todo proceso de comunicación exige un emisor que se dirige a un receptor, el prójimo, mediante un canal y un código determinado. Esos son los 4 conceptos básicos que exigen atención.

Como emisor es necesario definir con claridad cómo concretamos lo que de específico debe mostrar nuestro comunicar, en el marco de los criterios generales anunciados.

¿A qué receptor nos dirigimos? Ésta es otra exigencia elemental, porque de su clara identificación depende en buena medida el canal y el código de significados que utilicemos. Para una organización universal como la Iglesia, con un centro jerárquico, el Papa, claramente establecido, esta cuestión del receptor, exige la introducción de otro concepto determinante: la mediación. El Papa, la Iglesia, habla a todo hombre y a toda mujer, pero para que llegue con la eficacia que reclamaba Juan XXIII en Pacem in Terris, es necesario que además de la literalidad del mensaje, llegue su adaptación de acuerdo con el canal, y el código, es decir el tipo de signos y reglas que nos permiten decir algo que pueda ser bien comprendido. Mediar con fidelidad es clave en el proceso de comunicación de la Iglesia.

El canal, el medio que soporta la comunicación, condiciona el código que utilicemos. Un periódico en papel no puede tener el mismo enfoque que uno digital. La pregunta básica sobre el canal es a quién dirijo mi mensaje, quién es mi receptor, y el criterio de economía que preside la relación entre uno y otro.

Pero el receptor determina además el código, porque entre yo que comunico, y vosotros que recibís, debe existir una identidad de significado, sin el que la comunicación no es posible.

Y esto nos posiciona ante los grandes retos de la comunicación cristiana de hoy, que seguramente no son demasiado distintos de la comunicación a secas en términos de cultura humana. Se trata de la dificultad para hallar la unidad de significado, como consecuencia de la marginación de la verdad en la cultura postmoderna, que considera que verdad moral, y verdad teológica no pueden ser objeto de investigación sustantiva, relegándolas así a la más estricta intimidad, negándoles todo valor cívico en la vida pública.

El relativismo religioso, pero también, cultural y moral, conducen en el campo de la comunicación a dos resultados igualmente malos. Uno es el de la incomprensión o mala interpretación del mensaje, porque la marginación de lo verdadero acaba por hacerlo incomprensible.

El otro mal resultado se da cuando se aplica la ultra simplificación hasta alcanzar la caricatura de la realidad. Ya no importa describirla, sino que parezca fácil entenderla, aunque para ello la caricatura falte a la verdad.

Por estas razones, una de las tareas titánicas de la comunicación cristiana, es decir radicalmente humana, es la recuperación de la necesidad del sentido de la verdad. Hacer sentir la necesidad de lo verdadero para vivir con sentido. Y esto significa a su vez batallar con otra confusión, que entiende que lo auténtico sólo nace del impulso más primario del deseo.

Y esta necesidad conlleva una tarea estratégica. La cuestión de la verdad viene de la mano de la pérdida del hilo conductor de las fuentes de nuestra moral y religión. El hilo de Ariadna está roto. Si no lo recuperamos nuestras sociedades, especialmente en Europa y Norteamérica, vivirán fragmentadas en grupos que resultaran extranjeros unos de otros en el propio país. Extranjeros cuando no enemigos.

De ahí la importancia de dar la batalla del proyecto cultural, que significa la capacidad de modificar los actuales marcos referenciales; esto es, las formas de pensar comúnmente aceptadas a partir de las cuales las gentes forman criterio y emiten juicios. Esta es la gran tarea a la que puede servir la comunicación cristiana. Lo es, porque parte de estos marcos referenciales eliminan la idea de Dios, dificultan el desarrollo de la Fe, filtran o impiden la llegada con pleno sentido del hecho cristiano, y también, porque están destruyendo los fundamentos objetivos sobre los que se asienta la familia, la educación y la sociedad en gran parte del mundo.

Hay lugares del mundo donde la percepción de estos problemas es máxima y la perentoriedad de la respuesta clara. En otros lugares existe conciencia de la amenaza. Y aún quedan otros países, donde los problemas básicos se mueven en ámbitos de las estrictas necesidades vitales, de las grandes injusticias sociales y carencias materiales, que sitúan las cuestiones a las que me he referido en un plano secundario y lejano. Pero incluso en estas partes del mundo, el desafío llegará, y también porque en un mundo globalizado, la ruptura humana que entraña la injusticia social manifiesta, forma parte del mismo proyecto que conduce a la ruptura antropológica, y a la ruptura cultural.

La comunicación debe contribuir a todas estas misiones en todos los niveles. Para ello la Iglesia cuenta con la fuerza determinante del Espíritu Santo que inspira una realidad evidente: la de ser la única red presencial, viva, que alcanza a todo el mundo, la única organización con unidad de mensaje que puede llegar a la persona en los lugares más recónditos de la tierra. Es una ventaja extraordinaria y difícil de igualar, porque siempre el último canal del mensaje, el más humilde, es el más poderoso, sea este el simple boca a oreja, la reunión presencial, y de una manera especial, la reunión eucarística del domingo, que debería ser el lugar privilegiado para la comunicación transformada en comunión. Es vital mejorar este ámbito tan simple de la comunicación, que a causa de su sencillez, puede ser infravalorado. Pero en él está la clave. ¡Cuántas homilías que son monumentos de comunicación viva y actuante se hacen cada domingo en el mundo y llegan a millones de personas! Pero a la vez ¿cuántas tópicas, aburridas, al margen de los desafíos concretos, se dan, desperdiciando así la oportunidad ante otros tantos millones? Que la excelencia sea el común denominador de este ámbito es una tarea muy principal.

Esta presencia viva de la Iglesia tiene ahora un extraordinario aliado en Internet. La red virtual tiende a ser más potente si es expresión de una red presencial, y a su vez, refuerza a esta. Las posibilidades que ofrece son inmensas, como lo constatan excelentes experiencias. Es el caso de la RIAL, la Red Informática de la Iglesia en América Latina, que fue una precursora. Zenit y más recientemente H2O, son ejemplos actuales bien hechos. En otro ámbito, Catholic.net, y Forumlibertas.com, entre otras muchas realidades, son otros buenos ejemplos. Podría continuar con una larga enumeración porque lo católico posee un una gran presencia en Internet, fruto de su vivacidad en el mundo.

Pero más allá de lo que ya se hace, las posibilidades siguen siendo inmensas: la transmisión de radio y sobre todo de contenidos audiovisuales por Internet, la TV a través de ella, y el acceso a la red desde la pantalla de nuestro televisor, abren nuevas perspectivas, donde el acento se sitúa, cada vez más, en la bondad del contenido, más que en la titularidad del canal. Por eso podemos ser más libres y llegar directamente a más personas en el mundo. La explotación de las redes sociales, el potencial Wiki, el campo que ofrece la nueva generación de teléfonos móviles, el descenso del coste de los ordenadores. Todo esto y otros más, son factores que deberíamos integrar en un proyecto y una estrategia común.

Ello no significa olvidar los canales más clásicos. La radio sigue siendo un medio formidable, las grabaciones en distintos soportes. Todos estos otros medios garantizan el alcance universal del mensaje.

La RIAL marcó un camino. Hoy deberíamos tener la ambición, a partir de su ejemplo, de construir un proyecto multimedia mucho más poderoso basado en la conexión entre las dos redes, la humana y presencial, con la virtual. Conectividad, interacción, centros de recursos audiovisuales y textuales, de manera que cada comunidad, cada parroquia, posea a su alcance los mejores recursos disponibles, es algo que está al alcance. Todo ello redundaría en la calidad y la inteligibilidad. Realizar un proyecto de este tipo es una cuestión sobre todo de voluntad, de organización. Esta es una gran tarea para este nuevo siglo preñado de desafíos y oportunidades.

Termino con unas palabras de Christifideles Laici “En el uso y recepción de los instrumentos de comunicación urge tanto una labor educativa del sentido crítico animado por la pasión por la verdad, como una labor de defensa de la libertad, del respeto a la dignidad personal, de la elevación de la auténtica cultura de los pueblos mediante el rechazo firme y valiente de toda forma de monopolio y manipulación” (44). A todo eso estamos llamados a servir los cristianos.

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