jueves, 27 de noviembre de 2008

Que alguien diga algo.


Entrada de Joan Carreras en la web familia en construcción

http://familiaenconstruccion.com/articulos_ver.php?titulo_art=¡Que%20alguien%20diga%20algo!

Los tiempos han cambiado. Antes cualquiera se podía escudar en la consabida frase "que alguien haga algo" o "que alguien diga algo", porque siempre había alguien, es decir, una autoridad legítimamente consituida, que hacía o decía algo en defensa de la legalidad y del orden. Eran tiempos en los que existía una autoridad cuyo fin era la búsqueda del bien común. En lo temporal esa autoridad era el Estado. En lo espiritual, la Iglesia. Ambas iban más o menos de acuerdo en lo fundamental: en que las cosas son como son y no como nos gustaría a nosotros. Por eso, ellos, es decir, las autoridades, estaban dispuestas a decir como son las cosas y a decirlo con autoridad.

Los tiempos han cambiado. Ahora ya no existe acuerdo. Las cosas no serían "como son", sino "como queremos que sean". La realidad la construíría cada comunidad a su antojo y no deberíamos esperar en una autoridad que nos diga lo que está bien y lo que está mal porque sí. Eso sería fundamentalismo. La autoridad a lo sumo nos podría decir cuáles son los valores que están en alza, lo que se lleva, lo que está de moda, lo políticamente correcto. En teoría, debería ser la gente la que marcara el camino. Quien está en el poder no haría otra cosa que escrutar el horizonte de las opiniones generales.

En teoría, deberían coexistir bajo un mismo techo constitucional maneras diferentes de concebir la realidad. Porque en definitiva -siempre desde este nuevo punto de vista- la autoridad no tendría que decir cómo son las cosas sino tutelar las cosmovisiones de cada grupo, sin importar que sea minoritario. Por esa razón, la frase "Que alguien diga algo" no tendría sentido. Nadie te dirá lo que es justo o verdadero. O sea, que si no lo dices tú, no esperes que nadie lo diga por ti.

En la práctica, el cambio de perspectiva es demasiado radical y son pocos los que están verdaderamente dispuestos a aceptar las reglas del juego. Unos porque -con toda razón- sostienen todavía que las cosas son como son. Otros, porque piensan que las cosas son "como queremos que sean", pero siempre como queremos nosotros y ese nosotros se contrapone siempre a un vosotros ninguneado. Sustituyendo el valor referencial de la verdad por el de la ideología, siempre hay quienes pagan el pato de ese autoritarismo.

Conclusión: no esperes que alguien diga algo. Dilo tú.

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